viernes, 18 de febrero de 2011

Capitulo 058: Camila

Lunes al mediodía y una nueva semana que empezaba. Pasé a buscar a Cami, por el jardín. María – la mamá-, días antes de empezar a trabajar o cuidar –me gusta más- a su hija; había puesto al tanto a las maestras del establecimiento. Tienen un alma de docencia esas mujeres, la directora se llama Alicia, y es un amor. La conocí el primer día que fui buscarla, ya que tuve que entregarle todos mis datos. No vaya a ser cosa que cualquiera vaya a buscar a la nena. Había que entrar a buscarla, no salían a la calle por una cuestión de seguridad.

Cartulinas de colores, dibujos, figuras de animales, una estantería llena de lápices de colores, crayones, hojas, plasticola; en fin todo lo necesario para divertirse. Haciendo la fila, para pasar a buscarla, camuflada entre un ir y venir de padres, tíos y abuelos. Un ámbito, que en las últimas me había acostumbrado a pasar. Por fin llegó mí turno, luego de que un señor de uno de los nenes, tomara la campera de su hijo –supongo -.

-Aaaali – y corrió a abrazar mi pierna. Ambas nos habíamos encariñado mucho. Pude notar que se había tomado el trabajo de despeinar su pelo –por debajo de los hombros -, que lucía con dos colitas, bastante desprolijas.

-Hola linda – y la alcé en mis brazos- Gracias – dije luego de que la maestra, Majo, me alcanzara la bolsita cuadrillé roja y blanca

-Chau Sé- y sabía muy bien que era la hora de irse. Dejó un beso en su mejilla, y fuimos a su casa.

Después de cinco cuadras, que separaba el jardín de su hogar; llegamos. En el camino, no paró de contarme todo lo que había hecho durante el día. Jugar con masa, ensuciarse con tempera, y dibujar con crayones; eran sus actividades favoritas. Pero lo que se ganaba el primer lugar, sin dudas, era la lectura de cuentos. En dos días, me hiso leerle, la biblioteca entera que tiene en su cuarto –exagerada me decían-. No le costaba sociabilizarse con la gente, para nada. Era una chiquita muy charlatana, aunque a veces tenía sus días. Como todos. Busqué las llaves en la cartera –Sí tenía las llaves, ya que a esa hora sus papás estaban trabajando. Y como me conocen desde que nací, prácticamente, nos tenemos mucha confianza-, y abrí.

-Haber vení – sentada en su cama, intentaba sacarle el pintor, para ponerle una ropa más cómoda.

-Esa no – dijo en cuanto vio una remera manga larga, con dos corazones en el centro- No me guta – si a los tres años, empezamos con los conflictos de la ropa, no me quiero imaginar a los quince – Eta- había revuelto todo el cajón de ropero, buscando una que tenía dos conejitos rosas

Después de haberla cambiado, pasó por el baño, se higienizó; y luego fuimos a la cocina a prepararle algo para comer. Milanesas de pollo con puré de zapallo, se decidió después de unos diez minutos. Claro, yo pretendía que me diga si la quería de carne o de pollo. Se jugó por la segunda. Media hora después, estaba sentada en la mesa –sí, ya alcanzaba, pero sobre un almohadón- Me pidió de ver la televisión, y no pude negarme. Un canal de dibujitos, la mejor elección, para la enana.

-¿No comes?- preguntó, con la boca sucia de color naranja. Claro, yo ya había almorzado, algo rápido y liviano

-No, ya comí – respondí en frente suyo, mientras la limpiaba con una servilleta – Mañana como con vos ¿querés?

-Sí- contestó –

Después de lavarse la cara, ya que terminó llena de restos de puré, se sentó en el sillón a terminar de ver su programa; mientras yo lavaba las cosas utilizadas. Era la hora en que ella, religiosamente dormía la siesta para recargar energías. Tardó en encontrar el cuento indicado, ya que no conciliaba el sueño sin una lectura previa. Acostada en su cama, mientras yo estaba a cargo de la narración.

-Erase una vez una viuda que vivía con su hijo, Aladino. Un día, un misterioso extranjero ofreció al muchacho una moneda de plata a cambio de un pequeño favor y como eran muy pobres aceptó.- comencé el relato - El extranjero y Aladino se alejaron de la aldea en dirección al bosque, donde este ultimo iba con frecuencia a jugar. Poco tiempo después se detuvieron delante de una estrecha entrada que conducía a una cueva que Aladino nunca antes había visto.

-Ahí taba la lámpara – interrumpió, no lo había escuchado al cuento

-¿Sigo? – pregunté, no sería raro que cambie de cuento

-Sí, sí- y se acomodó más adentro de las sabanas-

-Una vez en el interior, Aladino vio una vieja lámpara de aceite que alumbraba débilmente la cueva. Cuál no sería su sorpresa al descubrir un recinto cubierto de monedas de oro y piedras preciosas. ¡La lámpara! ¡Tráemela inmediatamente!- grito el brujo impaciente.- proseguí, y noté como sus ojitos color miel iban cerrándose - -De acuerdo pero primero déjeme salir -repuso Aladino mientras comenzaba a deslizarse por la abertura.- terminé de leer ya que era en vano seguir; yacía profundamente dormida sobre su cama.

Qué lindo volver a ser niños. Tener esa inocencia, que vamos perdiendo con el tiempo. Y que por más que muchos traten de buscarla, de comprarla; la perdieron. Tener ese niño interno, que quiere salir a jugar, pintar con temperas de colores, pintar con crayones. Respirar niñez, despegar tu cabeza de este mundo en el que nos toca vivir. No tener que andar preocupándote por tus deberes, no tener responsabilidades, no quemar etapas. No tener desencuentros amoroso, peleas con amigos, discusiones con mamá. Que te lean cuento, que te canten canciones, que te den el beso de las buenas noches. Son cosas tan importantes, cuando sos chico. Que cuando creces no te das cuenta que se van perdiendo. ¿A quién no lo gustaría volver a tener tres años, por tan sólo un ratito?

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